sábado, 12 de enero de 2013

El último árbol...

Vamos a remontarnos 30 años atrás y quizá uno o dos antes cuando estos arbolitos eran una prometedora esperanza de sombra y abrigo, no eran más que una especie de árbol que crece sola y no es muy resistente por lo que no significaba ninguna amenaza....

Si bien soportaron el terremoto del 85, cuando la citroneta saltaba y los postes tocaban piso, la destrucción del muro colindante fue inminente, pero fue mayor responsabilidad de su derrumbe el crecimiento de sus raíces por bajo este...

Desde ese entonces ya no era uno o dos árboles, sino que completaban la distancia completa del deslinde con nuestros vecinos, aún recuerdo cruzar entre ellos con mis hermanas Lisette y Jessica para jugar con los vecinos y su sombra era muy agradable, lamentablemente servía de nido para muchas especies de insectos y animalitos que llegaron a ser una plaga bajo las raíces y escombros que produjo el avance de este muro de árboles...

Un buen día mi papá con todos sus conocimientos científicos concluyo que debía intervenir químicamente la composición de estos árboles para detener su crecimiento y evitar una tragedia posterior pues la baja resistencia de sus ramas y el tamaño de estas significaron un peligro a todas las construcciones de carpintería que rodeaban este enorme gigante, los árboles no dieron su brazo a torcer y fue después de un año que la mezcla de ataques a su corteza terminaron por secar 7 de estos árboles, cuando nos dispusimos a cortar un gancho que era peligroso y grande rompimos todas las cerchas del cuarto...

Una vez que estos gigantes perdieron la vitalidad el susto fue mayor porque ahora sin resistencia sería más difícil subirse a ellos y trozarlos sin que se quebraran a su antojo, un buen día mi mamá estando en la casa oyó como poco a poca crujía un tronco hasta que este sonido advirtió la caída de un gran árbol y que a su ves arrastró dos grandes más y cayeron sobre nuestra casa y el susto que corrió mi madre y Pamela la menor fue apocalíptico sin decir cuantas cuadras corrieron mis vecinos, gracias a Dios nuestra casa de albañilería gruesa y el gran espesor de las ramas sirvieron para ir amortiguando su caída...

Ya mi padre no tenía las mismas fuerzas de antaño y yo un joven saltarín era el indicado para subir y cortar uno o dos de los gigantes que amenazaban con seguir destruyendo nuestro tejado, fue así como sin la preparación ni herramientas adecuadas al más estilo tarzán trepé y me amarré al tronco, cuya base ya era débil debido al tratamiento de secado que le propinó mi padre, mi madre incrédula de la imagen frente a sus ojos, me preguntaba que hacia 10 metros de altura con un serrucho, machete, martillo y formón, batallé toda la tarde contra este gigante y pasada las 17 horas por fin se rindió, dio un par de estruendos y comenzó a caer amarrado para dirigir su caída y yo agarrado a lo que venía quedando cuando el gran gancho golpeo la base me sacudió como estandarte y flameé como una vil bandera y el nervio y risa de mi familia terminó una vez todo había pasado...

Después de esta experiencia, fue difícil combatir con la decena de gigantes que cada día avanzaban en su crecimiento, no eran solo sombra para nosotros sino un nido de moscas, un peligro inminente y la cantidad de hojas que cubren todo el territorio perdiendo incluso la vegetación aledaña por la fuerza de estos árboles...

Pasado ya tantos años y las gestiones de mi madre y mis vecinos el municipio dispuso un equipo de profesionales para de una vez por todas talar estos gigantes, pero esta vez con las herramientas adecuadas, marcando el fin de una era...

Este verano a días de terminar la etapa de corte, tenemos la mitad del patio con ramas y hojas, justo cuando los termómetros marcan sobre los 30°C a la sombra, miramos como con nostalgia la sombra perdida, quizá ahora la ropa se seque más rápido en invierno y veamos el amanecer antes de las 12 del día, pero como una historia de tantos años merece ser contada...