domingo, 30 de junio de 2013

La Minga...una historia que no acaba...

Hace ya un par de años atrás me tocó por invitación de mi hermana, quien siempre organizó trabajos Voluntarios en la Universidad, participar de la reparación de las casas del sector de Pupuya en Navidad, en la comuna de Rapel. Cuya provincia no muy pequeña llena de lugares de mucha riqueza entre cerros, arbustos, árboles, ganadería, playa y acantilados, aunque su mayor riqueza como siempre estuvo en su gente, aquella que por vivir en un lugar aislado, víctima de la evolución del país va quedando sin fuente de ingresos donde los  gastos económicos y la falta de conectividad van marginando sus oportunidades de negocio, lo cual se lleva además de sus días de gloria a sus jóvenes quienes buscan un desarrollo fuera de este lugar.

Es así como Pupuya que sería un bello lugar para vivir tiene sus días contados, pues el promedio de edad aumenta cada año y la necesidad de fuerza de trabajo emigra en busca de oportunidades, razón por la cual la participación nuestra comunidad de voluntarios vino como anillo al dedo, pues muchas familias postergaban la opción de reparar y aislar sus casas del frío un gasto importante pero no prioritario.

En aquella oportunidad la experiencia que vivieron aquellos estudiantes de la Universidad Técnica Federico Santa María consistía en compartir con las familias, trabajar con ellos y todo pasaba en una atmósfera de construcción y festividad constante, una mezcla resultante del periodo de vacaciones en un entorno lleno de juventud llenos de motivación, desde ese punto de vista todo iba de la mano. Por otra parte la administración de estos trabajos, quiso resolver la problemática de contar con apoyo de una persona que se encargara del transporte seguro de los voluntarios y materiales de construcción, lo cual era difícil de delegar considerando las malas experiencias que habían tenido en otras oportunidades y la costumbre de los voluntarios de carretear todos los días, es así como sin tener vínculo alguno me invitaron a participar, no por ser sobrio sino por mi nexo con la organización la cual delegaba confianza,  en ese entonces trabaja en la Casa Central de Inacap y conseguí un par de días de vacaciones.

Estuve cinco días trabajando, colaborando con varias faenas cuando apareció el gran desafío, "la Minga", lo que significaba desarmar una casa completamente, luego trasladarla a otro sector y volver a construirla, era harta pega, desde ese momento y sin conocer mucho a mis colaboradores, estuve a cargo de poner en marcha el proyecto, justo cuando mi tiempo se acababa y debía volver a mi trabajo en Santiago, sin ánimo alguno de regresar, consideraba  que no valía la pena abandonar el presente desafío. Aún recuerdo el apoyo de Oscar, Gonzalo, Nahuel y Hernán, entre tantos otros en aquel desafío.

Nahuel y Hernán llegaron por sus medios y se integraron rápidamente al trabajo y al grupo, lucharon junto a José el dueño de casa para derribar un gran álamo, que casi se los lleva a los tres, recuerdo varias anécdotas de ese día, recuerdo también que en un solo día fuimos capaces de desarmar la casa y trasladarla al lugar donde la volveríamos a construir, recuerdo que no me quería venir, que no quería abandonar ese momento, que me enamoré del lugar y todo lo que ahí ocurría.

Ya era hora de marchar y recién estaba armando mi bolso, cargando los bultos en la moto cuando logre partir, ya era muy tarde, al comienzo del viaje se cortó la piola del embrague, quizá era una señal de no abandonar lo que realmente quería, lo pude reparar pronto a un lado del camino en la cuesta que unía Pupuya con Navidad gracias a Dios y la experiencia que me han enseñado a viajar siempre preparado y seguí el camino a casa, el que nunca me ha gustado, no porque no me agrade mi casa, sino porque amo estar fuera haciendo algo útil y lo que significa volver. En el viaje paré a tomar un café y conversar con la mujer que atendía el local, le conté todo respecto a mis ganas de no salir de ahí. Antes de esto paré en la intersección del camino que une San Pedro y Melipilla, cerca del conocido cruce de las arañas, bajé a fumar un cigarro y quise grabar en mi teléfono un mensaje, para recordar siempre lo que sentí en ese momento de lucha por lo que realmente me apasionaba, el viaje no terminó ahí y los acontecimientos tampoco, cuando por fin salía de Melipilla con una garúa, que mojaba toda mi ropa y mis ganas de continuar caí de la moto en una abrupta curva, me azoté la cara contra el asfalto y solo raspé el casco que hasta ese momento cargaba ileso, doble el pie de apoyo de la moto la cual armándome de pocas herramientas traté de alinear nuevamente, continué mi viaje cansado y con demasiado frío, abría de vez en cuando la mascara del casco para sentir el aire frío y no quedarme dormido al volante, casi inconsciente de lo que sucedía no encontraba lugar donde parar a descansar, ya casi eran las 4 de la madrugada y mi viaje eterno a casa no terminaba, quedaban tan solo 3 kilómetros a la única estación de servicio que existe en la ruta 78, y no conciliaba tener mis ojos abiertos más de 10 segundos, me sorprendí como tres veces dormido al volante, y entre rezos, cantos y gritos traté de llegar a aquella estación. Dormí un par de horas sobre la moto y desperté congelado con la proeza de llegar aún a casa para luego ir luego a trabajar, fue un martirio...

Por otro lado el trabajo quedó en manos de Oscar y varias personas que llegarían a colaborar los siguientes días, no pasó un minuto que no quisiera volver, incluso hoy a años de recordarlo quisiera volver, tuve la oportunidad de regresar el siguiente fin de semana a terminar lo que habíamos comenzado y el avance era impresionante, ya casi estaba todo listo y el plazo era aquel día, había que terminar, había que volver otra vez a casa.

Pasaron varias cosas en ese viaje que no voy a olvidar, pero como no decir que espero cada día volver a salir a construir, que miro mi moto y pienso donde voy a parar el viaje...


jueves, 6 de junio de 2013

Vive tus Parques...

Es probable que tu búsqueda no contemplara la visión de un protagonista...

Aún están inertes en mi mente las imágenes de aquellos momentos, aún recuerdo en que momento de mi vida tuve oportunidad de conocer estos inspiradores trabajos voluntarios, nunca imaginé lo que vendría, ir a un Parque Nacional, ser nómade? no entiendo mucho, sólo sé que el desafío es grande y yo quiero aprender de eso...

Partimos un día cualquiera, pero no éramos cualesquiera, éramos guerreros y nos trataron como tal, nos inspiraron, motivaron, alabaron y soltaron...el resto quedó en la historia...

Caminamos, dormimos, comimos y cargamos nuestra existencia durante días mirando lo que Dios nos da cada día, de la manera más sublime, más humilde desde la verdad de respirar y sentir el sol en tu piel...del sonido de los árboles, del viento, de los pájaros...desde la humedad del suelo y el frío de la noche, entendimos de que estamos hechos y que impulsa nuestro corazón...

Caímos y nos levantamos y nunca estuvimos solos, fuimos un equipo, una hermandad, una familia...

Volvería hoy allí y cada día hasta que el aire me abandone...